El reto de repoblar un valle muerto

En 2010 una decena de jóvenes navarros decidieron independizarse lejos del alcance de hipotecas. Su gusto por la naturaleza y la autogestión les hizo centrar su atención en una zona remota de la Val de Aibar, antiguamente conocida como «La Vizcaya» y hoy en día término de Ezprogui que, en un mar de bosques y barrancos que descienden por la cara sur de la sierra de Izco, concentra el mayor número de despoblados de Navarra.

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Tras estudiar minuciosamente la región, se decantaron finalmente por Gardaláin, una localidad abandonada desde mediados del pasado siglo y de la que en aquel momento tan solo quedaban vestigios de unas pocas casas totalmente en ruinas y en medio de una vasta vegetación que hacía casi imposible el acceso hasta el despoblado. Habitar aquello parecía requerir un esfuerzo, trabajo y duración muy superiores a los que se podía haber pensado a priori.

Bajo el relativo vacío legal que otorgaba la condición de finca forestal, este grupo de jóvenes comenzaron un proyecto de «okupación rural» y, desde el primer momento, centraron sus energías y tiempo en reconstruir Gardaláin, iniciando su labor reedificando lo que en su día fue la iglesia del pueblo, que pronto se convertiría en vivienda común para ellos y en centro neurálgico desde el cual llevar a cabo el apasionante y duro reto de revivir un valle muerto.

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